martes, 29 de octubre de 2013

Repetimos.

A veces las cosas importantes merecen su repetición.

Hoy repito. Quiero dedicar mi entrada a una de mis entradas más antiguas. Además la he completado con un comentario que recibió en su día y que me parece de lo más interesante. Quizá se haga un poco larga pero ¡merece la pena!

La felicidad. Mi opinión sobre el concepto de felicidad. Tan sencillo y complejo a la vez.


Cuando hablaba del principio, de ese principio para llegar al control, gestión personal, paz y tranquilidad, hablaba del duro, continuo y muchas veces inconsciente trabajo con nosotros mismos. Ese trabajo al que nadie te enseña, que está ahí y ni siquiera lo sabemos, ese trabajo que a veces la vida nos obliga a reformar por no caer en picado. 

Este maravilloso trabajo con nosotros mismos, empieza cuando seamos capaces de querernos, de querernos tal y como somos y de querer todo aquello que más cercano tenemos, aceptarlo, apreciarlo y disfrutarlo. Parece tan fácil y lo hacemos tan difícil. Nos pasamos la vida queriendo a todo el mundo, respondiendo y justificándonos y nos olvidamos por completo de nosotros. ¡Qué pena!

Sé que la vida te lo recordará. O te quieres, lo que incluye confianza, seguridad, estabilidad, o estás perdido. Y quererte bien, hay muchas formas de quererse, hay que procurar no pasarse.

De la mano del quererte llegan las necesidades. Ya te quieres, con tus cosas buenas y no tan buenas, es el momento de olvidarte de los demás. Y no olvidarte de estar sólo en tu mundo y no relacionarte, no no, olvidarte de necesitar. A veces no nos damos cuenta de que no nos dejamos disfrutar de nuestro entorno, nos olvidamos de aceptar incondicionalmente a las compañías que elegimos. Cada uno aportará lo que “tenga”. Somos únicos e irrepetibles y por eso no tenemos que esperar de los demás, porque cuando esperamos estamos influenciado esa espera, esperamos lo que nosotros pensamos, y quizá ni se parezca a lo que está pensando el otro y ahí amigo, es dónde llegan las tan repetidas frustraciones y decepciones.

Cuando sepas quererte bien y no influenciar con tu espera lo que los demás nos aportan, tienes que empezar a creerte que tú eres lo único eterno. Vas a ser tú desde tu principio y hasta tu final. Más vale que te quieras y te cuides porque nunca vas a saber cuándo la soledad será tu acompañante.

¡Culpa, maldita culpa! Qué fácil es hacer responsables a los demás de lo que nos pasa. Y qué difícil es pensar que igual nadie tenía la intención de que sintamos así. Por eso lo que decía de que solo sabemos cómo sentimos cada uno y no cómo sienten los demás. Así que empieza a pensar que quizá todo lo que te pasa es porque tú lo recibes así y no porque nadie te “lo haga”. Luego serás tú quien valore si tienes algo que modificar en tu estructura o quedarte cómo estás.

Ojalá pudiera cambiar el mundo, cambiar nuestra sociedad y que el éxito, nuestro éxito en la vida, tuviera más que ver con la inteligencia emocional que con la racional. Así tendríamos más presente el trabajar con nosotros mismos.

 De verdad crees que por mucho que sepas de historia ¿eso te va a enseñar a vivir? Luego tienes que decidir si comerte una mandarina o una manzana y no tienes ni idea.

Pues eso, que tenemos que trabajar más nuestra “mente”, cuidarla y mimarla. Empezar desde el principio, tu principio y solo tú sabrás cómo hacerlo. 

Aquí sólo tienes el mío.

“Un hijo se quejaba con su madre acerca de su vida y de cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencido. Estaba cansado de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema aparecía otro.

Su madre le llevó a la cocina; allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre el fuego. En una colocó zanahorias; en otra, huevos; en la tercera, puso granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.

El hijo esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su madre. A los veinte mintutos la madre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón. Sacó los huevos y los puso sobre un plato. Finalmente, coló el café y lo sirvió en una taza.

Mirando a su hijo le dijo: ¿Qué ves?. Zanahorias, huevos y café, fue su respuesta. Le hizo acercarse más y le pidió que tocara las zanahorias, él lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera; al quitarle la cáscara, observó que el huevo estaba duro. Finalmente le pidió que probara el café; él sonrió mientras disfrutaba de su aroma.

Humildemente, el hijo preguntó: ¿qué significa esto mamá?. Es química, le explicó: los tres elementos se han enfrentado a la misma adversidad: agua hirviendo, pero han reaccionado de forma diferente en función de sus características.

La zanahoria llegó al agua fuerte y dura; pero, después de pasar por el agua hirviendo, se ha puesto débil, fácil de deshacer.

El huevo ha llegado al agua frágil, su cáscara protegía un líquido interior; pero, después de estar en el agua hirviendo, su interior se ha endurecido.

Los granos de café, sin embargo, son únicos: después de estar en el agua hirviendo, ha sido capaces de cambiar el agua y sus propiedades.

¿Cuál eres tú, hijo? Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes?, preguntó a su hijo.

¿Eres una zanahoria, que parece fuerte, pero cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?
¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable, un espíritu fluido, pero tras una muerte, una separación o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera pareces el mismo, pero eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecidos.
O ¿eres como el grano de café? El café cambia al agua hirviendo, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición, el café alcanza su mejor sabor.

Si eres como el grano de café: cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas en forma positiva, sin dejarte vencer, y haces que todo a tu alrededor mejore, esparciendo con tu fuerza y positivismo "el dulce aroma del café"...

Y tú, ¿cuál de los tres eres?”


2 comentarios:

  1. Tu entrada es densa, pero muy interesante. Te la has currado.
    Bueno pienso que cada persona tiene su proceso individual y un transcurso social en la construcción de su forma de ser para poder alcanzar la felicidad. También es importante diferenciar el carácter y la personalidad, que solemos confundir a menudo. En el carácter está el modo de comportarse y enfrentar las circunstancias, mientras que la personalidad resume nuestra organización total (psíquica, social y biológica) como ser humano y nos distingue los unos de los otros.
    Un fuerte abrazo, Sara.

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    1. Hola Karima, qué bien leerte.
      Si tienes toda la razón en lo que me escribes. Así es cada un tiene su proceso yo aquí solo cuento el mio... el que sé! Quizá pueda servirle a alguien o no... pero eso ya no depende de mí.
      Gracias por tu matización del carácter y la personalidad, me la guardo ;-) tienes mucha razón en que a menudo las confudimos!
      un beso :-)

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